miércoles, 22 de agosto de 2007

Crítica de la crítica (1)

En una carta anterior hablaba del espacio de la crítica como un lugar viciado de parcialidad que, en la gran mayoría de los casos, se ejerce partiendo de lo personal y se limita a juzgar moralmente un hecho escénico.

No hablamos de intenciones, es decir, no pensamos en los críticos como seres malvados que quieren hacer daño a los artistas, ese sería otro juicio moral viciado de parcialidad, pensamos en que, justamente, al no tener elementos que vayan más allá del parecer personal, la obra de arte es ignorada en la mayoría de sus elementos y sobre todo en cómo están articulados.

En una estructura mental como la que utilizamos en lo cotidiano, el mundo se divide en buenos y malos; la crítica, la ciencia y el arte, deben intentar ver desde una tercera vía, aquella que nos permite relacionarnos con la profundidad de los hechos.

Como hecho de comunicación, la crítica no escapa a estos parámetros, no basta emitir una opinión, cualquiera se siente con derecho a opinar sobre teatro, nosotros también, y cualquiera dice que lo habría hecho mejor que aquellos que lo hicieron. El hecho está en que el discurso de la crítica debe hablar con argumentos mesurables que le permitan hacer tangibles y comparables sus puntos de vista, tal como un científico debe hacer para demostrar que lo que a él le parece un agujero negro, es un agujero negro y no un hoyo cualquiera.

¿Cómo explicamos sino la existencia de dos opiniones tan diametralmente diferentes respecto de un mismo espectáculo? (usaremos para aclarar estos puntos, las críticas publicadas sobre la obra “Que no haya pena” del Teatro Ojo de Agua, preferimos no meternos con los trabajos de otros), veamos la opinión que el Diario El Comercio publicó el día del estreno de la obra en el Teatro Sucre:

Un asesinato se resuelve con estética ‘kitsch’ (5 /10 /2007)

La obra, que se pudo apreciar en un ensayo el martes pasado, no está del todo madura: esa fue la impresión de prensa y de invitados. Hay un indudable espíritu de experimentación e innovación que, sin embargo, no se consolida.

La estética de la puesta en escena conserva los rasgos diferenciadores del estilo de Ojo de Agua: humor negro, construcción de un ‘kitsch’ con la cultura chatarra nacional y personajes costumbristas situados en atmósferas surreales.

El libreto partió de un asesinato leído en un diario de crónica roja. La pieza analiza cuáles fueron los impulsos que motivaron al asesino y en el discurso no hay culpables ni castigadores, solo hechos.

La falta de continuidad en el guión dificulta el seguimiento narrativo de ‘Que no haya pena’. La obra arranca con una presentación en escena del ‘dramatis personae’: cada personaje se presenta a sí mismo y se describe. Solo luego se recrea la escena del crimen, en la que participan todos. Esta idea no acaba de funcionar bien.

Acaso por esta falta de vigor dramático, las situaciones de los personajes transcurren con un ritmo lento, denso y desordenado. La pieza tiene un alto grado de farsa política crítica, pero su lenguaje, indirecto, traiciona su efectividad en este sentido.

Entre líneas, el dramaturgo satiriza, entre otras cosas, el enfoque ‘naíf’ del mundo que ofrece la televisión por cable: emprende contra la música cliché, contra los ‘reality shows’ de baja calidad y los comentarios domésticos y prosaicos sobre la vida cotidiana que llenan la pantalla chica mundial.

(…) El manejo del espacio es elemental en la puesta de Ojo de Agua.

Una flaqueza del montaje, que estará en temporada hasta este domingo en el Teatro Sucre, radican en una excesiva confianza en la palabra hablada (hay demasiadas cosas dichas y no mostradas). Otros recursos, como la música o el video, realizado por Cristian Proaño, terminan siendo decorativos y carecen de sentido propio.

(…) El fin, explica, es que “el cuerpo, el video y el texto convivan haciendo narraciones abiertas para conformar todo en una unidad multireferencial, grotesca e irónica”, señala Sánchez. Ese es un camino por recorrerse: en la obra de hoy, si bien hay ironía y provocación, los elementos no están del todo hilvanados.

Veamos ahora algo de lo que comenta la compositora y experta en arte contemporáneo María Cristina Breilh:

La primera impresión: un escenario sencillo y que sugería movimiento, con formas modernas. Por lo menos a primera vista, uno no se imaginaría el tema tan complejo y profundo que iba a ser tratado. Es como que nos hemos muy cómodamente acostumbrado a realizar y presenciar esos escenarios demasiado ¨ clean ¨, en donde de lo que se trata es justamente de olvidarse de la realidad (…).

Este no es definitivamente el caso, justamente esa sencillez, la creatividad en los diferentes componentes, el ambiente sonoro, la forma efectivamente cruda y bien elaborada del diálogo nos va metiendo de cabeza (literalmente) en un pedazo de este pedazo de planeta, que generalmente es preferible no mirar: la muerte de un hijo, por su propio padre. Claro, a simple vista, el acto más condenable de este mundo, pero con ojos más penetrantes y agudos, viendo los lados más difíciles de ver, queda claro que la única víctima en esa historia (y tantas otras) no es la criatura.

Esto es concebido desde artistas que están buscando comunicarse temporal y estéticamente con el mundo y también con su identidad propia, con su espacio, un doble mérito, raro de encontrarse articulado en propuestas actuales. (…)

¿Cómo pueden haber dos lecturas tan diferentes? ¿Será que una de las personas es amiga de los del grupo y la otra no? ¿Será que una de ellas es buena y la otra mala?. Nada más lejos de la realidad.

Hay un hecho que llama la atención, la crítica que publica el medio es algo cargado de emocionalidad; se parte de verdades absolutas, verdades establecidas al antojo, pero absolutas: “a mí me parece que”, la pregunta es, se lo parece en relación a qué parámetro, a qué canon, desde qué visión. No se analizan los efectos de los elementos de la propuesta en su conjunto, se aísla y desarticula cada parámetro y no hay el trabajo de leer las cosas de acuerdo a lo que la obra plantea. Si es una pieza fragmentada entonces: qué plantea desde esa fragmentación y por qué, y sino lo es, entonces qué plantea desde la unicidad y por qué utiliza esa unicidad. El teatro es visto aún como territorio único de lo mimético referencial y todo lo que intente salir de allí es simplemente tachado como incomprensible y puesto a un lado. No entendí, es la hueca muletilla con la que se descalifica cualquier trabajo y no solo desde la crítica, sino incluso desde el mismo medio teatral.

Por su parte el análisis crítico que hace el otro texto, entiende las cosas tratando de establecer una línea integral, está mucho más cerca de un hecho objetivo. A todas luces la crítica quiere, se esfuerza por ello, calificar o descalificar, el análisis crítico quiere desentrañar, comprender, contextualizar.

lunes, 20 de agosto de 2007